PERSONAJES

Personajes

ilustres

Ilustres

Retrato del escritor

José Filgueira Valverde

Retrato Jose Filgueira Valver, I. (1989)
Eduardo Rodríguez Osorio, Escultor.

Cuando, allá por los fecundos años veinte, entraba uno en el taller de Asorey, a la sombra del Convento de Bonaval, se sentía transportado al medievo, tal que si fuera el propio Mestre Mateo el que estaba allí tallando en la piedra mientras tarareaba un “alalá”. Pero ahora, en el viejo Madrid, cuando llego al estudio de Rodríguez Osorio, me parece que voy a encontrarme con Felipe de Castro modelando una estatua para el Palacio de Oriente, mientras comenta con Carvajal y Lancáster la lección quinientista de Benedetto Varchi sobre la primacía de la escultura entre todas las artes. Del mismo modo que Castro posaba, fachendoso, para Gregorio Ferro, con su busto de Sarmiento, Osorio se ha retratado al lado de los que perpetúan a más de medio centenar de gallegos egregios de nuestro tiempo, algunos conmemorados en monumentos conmemorativos, como Menéndez Pidal, Celso Emilio o Eugenio Montes.

Creo que la comparación con Castro es válida, tanto por el lugar escogido para el ejercicio del arte cuanto para la consideración de Osorio como escultor neoclásico, aunque el camino para la llegada a la perfección académica tenga un punto de partida distinto, el noyés, por la copia de modelos de canon clásico y el chantadino, por la interiorización y el neopopularismo de la “generación de los becarios”, y por la preferencia inicial hacia la tradición de los pedreros y al simplicismo de las formas  en el granito meterorizado por los temporales.

Ser un escultor, un dibujante, un esmaltador… sometido a la norma académica lleva consigo el alejamiento de la mágica foresta de los símbolos, la renuncia a la aventura experimental y, sobre todo, al cultivo de la novedad “impactante” suscitadora de refinados elogios. Requiere, asimismo, la tenaz dedicación a una técnica que, muchas veces, la libérrima originalidad puede obviar.

El Osorio clasicista tributa a la tradición figurativa de siempre y se arraiga en los modelos que analizó en sus estudios de Bellas Artes en Madrid y Sevilla, y en los que pudo conocer directamente en los viajes de pensionado por toda Europa. Pero, aunque semeje paradójico, esa formación lo lleva a un naturalismo-idealista, a una suerte de “alejandrismo” en el cual la individualización está por encima del canon. Por eso es uno de los grandes retratistas de la Península en nuestro tiempo, hábil entendedor del ánimo de la Persona, tal como el rostro y el gesto lo revelan. De la misma manera que en las gráciles obras menores es el espíritu del pueblo lo que se espeja, antropológicamente.

Creo que la palabra apropiada para caracterizar a Rodríguez Osorio es la de “maestro”, y no sólo por el ejercicio largo y eficaz de la docencia, entregando a los discípulos lo mejor de su saber y de su menester, sino por el ejemplar valor de su trabajo, guiado siempre por la sinceridad y por el anhelo de perfección en la dilatada creación artística.

José Filgueira Valverde

“O vello profesor”

Escritor

1906-1996

Retrato del catedrático e historiador

Antonio Bonet Correa

Retrato Bonet Correa, II. (1993)
Realismo y veracidad en la obra de Rodríguez Osorio

En la obra escultórica de Eduardo Rodríguez Osorio late una constante preocupación por la realidad. Tanto es sus retratos, de gran fidelidad a los modelos, como en sus figuras, de míticos motivos de la vida gallega, como en sus animales, captados en sus poses más espontáneas o salvajes, el artista ha intentado apreciar lo que hay de más primigenio y veraz. Aunque está en posesión de una sólida formación académica, Rodríguez Osorio ante todo ha prestado atención a lo que de real tienen los seres y las cosas que le rodean y constituyen su mundo. Su obra está basada en la copia de la natural, en la expresividad de lo que vive y palpita, en lo que tiene una existencia plena y densa, una presencia real e inconfundible. Artista plástico que modela el barro, talla la madera o cincela la piedra, Rodríguez Osorio sabe continuar la tradición gallega que desde el románico hasta nuestros días, pasando por el barroco, ha creado una serie ininterrumpida de imágenes populares o cultas en las que lo que cuenta es el realismo que informa un pensamiento enraizado en la realidad expresada por medio de un lenguaje puramente plástico.

Antonio Bonet Correa

Ex Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

Catedrático e historiador del arte español

(1925-2020)

Retrato del escritor

Daniel Cortezón

Retrato Bonet Correa, II. (1993)
Crítica del retrato a Daniel Cortezón

Viene a la vida, y al arte, Eduardo Rodríguez Osorio, en Esmeriz, en las tierras lucenses de Chantada, y llega, así, de la mano de la gran tradición galaica que en las artes plásticas y figurativas cristaliza en la que podría denominarse ley románico-rural de la frontalidad. Su quehacer artístico va a acusar constantemente esa creadora relación con los elementos más hondos de su tierra, En tanto, fruto de un sostenido, solitario y silencioso esfuerzo, Rodríguez Osorio ha ido dejando una importante estela de obras, algunas de las cuales figuran ya en museos, y otras culminadas en monumentos

Ante la obra de creación de Rodríguez Osorio el observador se encuentra, debe encontrarse, a veces reencontrarse con el espíritu telúrico de su tierra natal. Osorio, puesta mano en el barro o cincel en la piedra, entra de lleno en el mundo de la antigua tradición románica. Es en ese Osorio creador donde encontramos la antigua estirpe del hombre en su pueblo, en su raíz rural. Imposible desarraigarlo del paisaje y de la realidad arcaizante de sus gentes. Sobre todo, de la mujer, ese epicentro y soporte de la vida rural gallega.

El mundo interno de Osorio tiene una naturaleza “matricial”. Es evidente, está ahí, plasmado en sus mujeres y mujerucas arrebujadas, en sí mismas envueltas, en sí mismas ensimismadas, en que la toca o el vestido se hacen cuerpo, casi hábito, forma parte y es forma de la parte corporal. Osorio es esencial e intuitivamente un artista que ve a la mujer como cobijo, la mujer maternal, Terra nai, nutricia, preservadora. Entre los pliegues, la mujer replegada, velada o sin rostro, cerrada en su misterio obstétrico, es decir, en la casi milagrosa capacidad creadora de otros seres. Y también regazo, la que protege y guarda. Figuras sobrias, estilizadas, envueltas en un manto claustral, casi una placenta luminosa; de ahí sus áureas o plateadas superficies interiores, ovoides, porque iluminan dentro. Son al mismo tiempo, preservadoras y envolventes en una intimidad exclusiva. Para penetrar en ellas hay que romper aguas y esperar a que salga a la luz por sí misma. El escultor ha encerrado la figura en la figura, la forma en la materia, el alma de la imagen en el armario del bronce o de la piedra ceñida en sí misma como un capullo. Es un mundo aislante, único, impenetrable. Parece, además, eterno, intemporal, sumido en un silencio de beaterío y paz.

Daniel Cortezón

Escritor

1927-2009

Retrato del escritor

José Ramón Ónega

Personajes - Retrato de José Onega. (1994)
Rodríguez Osorio, el arte perfumado

La obra de Eduardo Rodríguez Osorio está impregnada de acentos poéticos y símbolos. A veces es verso en bronce y a veces amor explícito. Siempre, ternura inspirada. Crear es de alguna forma sustituir a Dios y tal vez por eso algunos credos religiosos prohíben plasmar en estatua o en imagen la figura humana.

Rodríguez Osorio destila en sus obras el verso pleno de su visión del mundo e introduce en él el sentido artístico colmado de misterios y fulgores. Su mundo artístico es un poema sediento de belleza, pero su culminación un paisaje vestido de armiños. El mundo de un artista está permanentemente sediento de mística e incienso. De nostalgia y viento. En el poeta y en el artista, decía Víctor Hugo, hay el infinito.

El mundo artístico de Rodríguez Osorio, vivo y reflexivo, está lleno de mosaicos antiguos y piedras preciosas. Es un tiempo pleno de quietudes y silencios vivos, hecho para reflexionar y vivir la realidad pero también el sueño. Sus esculturas llevan la vida dentro, el sueño interminable del pasado, la infinita calma del mundo gallego.

Pero al otro lado está el símbolo porque vierte claves y esencias en su forma de plasmar el ciclo vital. Detrás de cada pliegue, de cada golpe de espátula, hay un pincel mojado de ternura, una forma de expresión derramada.

A la vuelta de ambas latitudes está la tierra y la luz de Galicia. Los temas de Rodríguez Osorio son recortes de paisaje humano, suspiros arrancados de la piel porque los artistas, como los dioses griegos, se revelan solamente el uno al otro, que dijo Oscar Wilde. La escultura del maestro, sus bustos, sus perfiles, tienen el eco pagano de Grecia y Roma, tal y como él me lo ha reconocido muchas veces. Su escultura toma expresiones clásicas y yo sé por qué. Porque en Galicia la presencia romana es clara y arrastra el paganismo de los templos soterrados y las columnas jónicas. Rodríguez Osorio es la reencarnación de Fidias y de los escultores romanos que hicieron copia del genio griego, porque la escultura es la parte de su creación más original y seductora.

Su obra se ha convertido en una crónica de esta época. Ha esculpido los bustos de casi toda la clase política gallega y de otros lugares, en su mayor parte de la cultura y del empresariado. En su estudio del barrio de Argüelles, en los aledaños de Reina Victoria, en Madrid, sin lujos ni abundancias, sus manos creaban un mundo de perfiles y expresiones, una atmósfera de inspirada sinceridad. Los bronces del maestro animan muchos espacios públicos, bibliotecas y solemnes salas. La eternidad se quedó en las facciones, en el aire

ausente y quieto de la materia dominada. Mi busto lo hizo pocos meses antes de su muerte. Recuerdo sus manos aladas, como mariposas, sus dedos de pianista, modelando la arcilla, mientras te sacaba el alma, leyendo dentro de ti.

Extraía de la nada la esencia y la raíz, el alma y el talante. Una radiografía convertida en verso, un universo de contemplación. Después, como una señal del mundo esotérico y perfumado que llevaba dentro, comenzaba a hablar de Galicia, de Chantada y de las flores convertidas en arte.

Rodríguez Osorio era algo más que un artista. Fue un constructor de belleza y verso. Dominó la materia, arrebatando a los dioses la potestad de crear y renacer.

José Ramón Ónega

Escritor

Ex Director de la Casa de Galicia en Madrid

1939-2021

Retrato del escritor

Dionisio Gamallo Fierros

Personajes - Retrato de Dionisio Gamallo Fierros. (1957)
Diverso unitario Osorio

En los retratos, Rodríguez Osorio “mama” la realidad, casi a la romana: Reproduce lo que es, pero extrayéndole lo profundo psicológico.

En la captación del mundo rural, lo franciscano se alía con lo gremial, lo simbólico y lo inefable infantil. Bronce, madera, piedra, barro cocido, pulidos oros morenamente salvados, se acurrucan en bruces pensativas, o se ahuecan en maternales acogedores regazos de línea envolvente, casi melodial. Animales, plantas (Naturaleza) contemplan el cosmos del cincelador.

Formas, masas, volúmenes que transpiran Humanidad, y trascienden de sus propios límites. Artesanía y Arte, asistiéndose recíprocamente, completándose.

Dionisio Gamillo Fierros

Escritor

1914-2000

Retrato del escritor y periodista

Raimundo García Domínguez (“Borobó”)

Retrato RAimundo García Domínguez "Borobó" (1987)
Anacos Novos

 LA TESTA DE UN FOLICULARIO

Nunca me sentí, a pesar de mi aliño indumentario de aquel día, tan adán. Quizá por haber leído, al despertar, en el Nacar Dolunga: Modelo Yavé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado.

El escultor Osorio ya había dado forma, a primera hora de la mañana, a la pella de barro, moldeándola adrede para esbozar mi busto. Cuando me dispuse a posar advertí que mi fisonomía fuera aprisionada de memoria, por el artista, dentro de aquella roja arcilla y que serían vanos todos los intentos de mi voluntad para huir de tan suave cárcel de hierro.

Aquella misma mañana, tras una hora de servir como modelo en carne y hueso, la semejanza entre la pieza escultórica y mi testa era absoluta. Estuve a punto de indicar a Rodríguez Osorio aquello tan sabido, de Juan Ramón: No la toquéis más que así es la rosa. Si bien, no se trataba de una flor, sino de una gruesa nariz lo que allí se plasmara. La raíz de mi ser, tubérculo de mi identidad, que traslucía quizá en el rasgo de una ceja, en la comisura de los labios, en lo escueto de mi barbilla.

Por ello, seguí posando varias horas más, en sucesivos días, para que Eduardo R. Osorio fuese descubriendo, con la minuciosidad de un maquillador chino, las excrecencias de mi piel, los ignorados accidentes de mi orografía personal. Fue así, como a imitación de Yavé, supo Osorio inspirar en mi rostro aliento de vida y darle una adánica animación. Cada retoque que su magistral pulgar daba, con una pizca de arcilla segoviana, me hacía recordar la asimismo inevitable cita de Don Antonio:

Con tu cincel me esculpías

En una piedra rosada

Que lleva una aurora fría

Eternamente encantada

Aunque las manos de Osorio no me labraban en granito del Guadarrama, al modo que cincelaba Emiliano Barral la cabeza de Machado. Me reproducían en la blanda y encarnada materia; seguramente la misma que se empleaba en el taller cerámico de Fernando Arran cuñado del heróico escultor socialista, donde posó en Segovia el inmortal catedrático de Francés de su Instituto. Y la conciencia de esta proximidad geológica en el material me estremecía, cuando iba surgiendo del barro mi espejo, línea a línea, plano a plano.

Luego, al vaciar en escayola –mediante la más clásica técnica que en el arte existe- mi vera efigie, de fango o limo primigenio pero colmado de vida, quedó deshecha para siempre. Sufrí entonces una espantosa agonía, cual si vaciara mi propio cerebro al irse despegando la arcilla y retornar a su pella original. Mientras, maravillosamente, resucitaba moldeado ya en ligerísimo yeso, aunque mi roja faz se tornó pálida como la fría y cándida apariencia de una mascarilla hecha a lo vivo.

Quedó fundida después, labrada en bronce, en la fundición de Fuenlabrada, y de tal modo pienso pasar a la posteridad. No por mis paupérrimos méritos, sino por los del artista que, al retratarme, quiero imaginar que compuso su obra cumbre. La cual podrán ver, junto con los demás bustos, fundidos a cera perdida, de otros paisanos muchos más esclarecidos, en esta singular Exposición de Rodríguez Osorio, abierta ya en la Casa de Galicia, en esta Villa y Corte. Y así mis amigos madrileños y madrigallegos se preguntarán: ¿Es este nuestro Borobó, o nos lo han cambiado por un foliculario del siglo II d. de J.C.?

Catálogo Exposición de “Retratos” Casa de Galicia, Madrid (Del 6 al 29 de junio, 1994)

Raimundo García Dominguez “Borobó”

Escritor y periodista

1916-2003

Retrato del escritor 

Camilo José Cela

Retrato Camilo José Cela, I. (1994)
Eduardo Rodríguez Osorio

El arte no es la meta a la que se arriba sino el sendero, o el camino real, por donde se va sin necesidad de saber ni a dónde ni por qué. El escultor, también el pintor y el poeta, que fijan un instante de su vida para la eternidad, un solo y brevísimo instante para esa confusa noción que sobrepasa al tiempo porque ni empieza ni acaba, se habrán tropezado, mal que les pese, con el arte.

Eduardo R. Osorio ha sabido casar la vocación con la aptitud, la adivinación con la sabiduría, y su arte proclama la evidencia del espíritu latiendo al unísono del pulso de la sangre, de la voz del corazón. Con estas mínimas palabras saludo la huella del arte de este creador cuya sensibilidad se encierra en cada una de sus obras.

Camilo José Cela

Escritor

1916-2002

Retrato del escritor y periodista

Eugenio Montes

Personajes - Eugenio Montes Modelado
Crítica de Eugenio Montes

El gran escultor Rodríguez Osorio vive y trabaja, enseña y crea. ¿Puede haber nada más hermoso y más adecuado para un hombre que está muchas horas en su taller?, taller al que sus amigos acudimos con regularidad o con regular puntualidad, mientras él esculpe, pinta, funde o cuece el barro con artesanía ejemplar.

En un jardín antiguo adornado de estufas, oí esta frase que me complace recordar: “La escultura debe ser antorcha de la pintura, como de la luna es antorcha el sol”.

Eugenio Montes

Escritor, periodista

1900-1982

Retrato del dramaturgo

Lauro Olmo

Personajes - Lauro Olmo Modelado
Barro, a Eduardo Rodríguez Osorio, hombre de caminos

Hay que intuir el barro

y con dedos creyentes

modelarlo

al aire de esa gracia sensitiva

que nos lleva al milagro.

Lo demás son caminos.

Y hay que andarlos

por si sale al encuentro

ese misterio alado

que hace del arte El Arte

emergiendo del barro.

Y hay que sentir “ a terra”

con temblor solidario

y a través de sus gentes

ir dejando

ese esculpido amor

que nos deja Eduardo.

Lauro Olmo

Dramaturgo

1921-1994